Orbitaba el satélite con plácido compás, al son del intermitente hilo musical de la nave exploradora.
Kruse perdió el control de los mandos y su vehículo espacial impactó en un cráter de la cara oculta de la luna.
Quedó gravemente afectada la madre virtual y se activó en el acto la cuenta atrás, la autodestrucción se llevaría a cabo en once minutos terrestres, una larga espera para cualquier Gulteriano.
El miedo era algo inexistente para ellos. Magredin observó a Kruse con ojitos de amor inconfesado, a pesar de no haber tratado jamás el tema, Kruse sentía lo propio por ella.
Ante el irremediable nulo futuro, ambos no abrieron sus protuberantes bocas para balbucear su complejo idioma, sus labios carnosos de verdosos tintes se acercaron y se fundieron en un eterno beso. Tan solo les faltaba morir enredados en sus violáceas pieles.
Diez minutos.
Los tentáculos, terminaciones de sus innumerables extremidades, se acoplaron los unos con los otros, hasta crear un solo ser.
El sudor, emanación de condensada fluorescencia, impregnaba el asiento del copiloto, donde se consumaba un deseo irrefrenable.
Mientras Magredin succionaba el gigantesco miembro viril de Kruse, este lamía, con su interminable y jugosa lengua, el monte de Venus de su amante.
Cuatro minutos.
La penetración se asemejó a la entrada de un cohete en un agujero negro. La palpitante vagina de Magredin engulló a Kruse casi por completo, a penas se tenía visión de su ser, en aquel espectáculo de puro frenesí alienígena.
El incesante bombeo meneaba con brusquedad los diez pechos de la hembra. El macho, extasiado, vertió todo su esperma en el interior de su hermosa compañera, en el mismo instante en el que la pepita cavernosa de ella, explosionó al son de un orgásmico alarido, digno de un nuevo Big Bang.
Finalizó la cuenta atrás de la autodestrucción. No ocurrió nada.
El hilo musical se detuvo. Un mensaje de rescate apareció en el panel de control.
Magredin miró a Kruse con esos ojitos y en su lengua gulteriana, le susurró:
- Nadie debe saber nada de esto, hermano... Jamás.
Los cuerpos desnudos, del séptimo color del espectro solar, restaron abrazados a la espera de la liberación.
Se les antojaba agradable el paso del tiempo en la cara oculta de la luna y bien cierto el popular dicho de la galaxia de la que provenían... "A espaldas del mundo no existen las normas".
Magredin miró de nuevo a Kruse.
- ¿Repetimos?
Fin